Pasé un verano fatal, horrible, desde el punto de vista futbolístico, por las razones que todos ustedes ya saben. El escepticismo se apoderó de mí o yo de él. Aunque reconozco que la oleada de optimismo que arrasó a los aficionados atléticos a principios de temporada también me pilló a mí. Y me subí a ella agarrado a una tabla como un náufrago desesperado en medio de una tormenta perfecta.