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El club y David Villa acaban de anunciar que el delantero asturiano abandona el Atlético de Madrid. Algo que ya se sabía y que hoy se ha hecho oficial.

A finales de agosto escribía en un artículo que Villa tenía que superar tres retos para poder triunfar en el Atlético: lograr una buena forma física, anotar un número significativo de goles y adaptarse a un estilo de juego que era muy diferente al que estaba acostumbrado en el FC Barcelona.

Luis Aragonés dijo, para motivar a los jugadores de la selección española en la final de la Eurocopa de 2008, que nadie se acuerda del segundo. Puede que muchas veces, incluso la mayoría de veces, sea así; pero no siempre. ¿Hay alguien que no reconozca el valor de Aníbal aunque no conquistara Roma? ¿No se recuerda la hazaña de Robert F Scott aunque llegara al Polo Sur después de Amundsen? ¿Acaso hemos olvidado el equipo legendario de 1974? El Atlético de Madrid perdió la final de la Copa de Europa, aunque no por ello dejará de ser recordado con orgullo por siempre.

La épica era esto. Era la lesión de Diego Costa y la de Arda Turan con unos pocos minutos de diferencia. Era encajar un gol inmerecidamente. Era jugarse la Liga después de tanto sacrificio y sufrimiento en la casa del equipo que ha dominado el fútbol español y europeo durante diez años. Era perder la oportunidad de ganar la Liga en casa con los suyos para conquistarla en el Camp Nou, el mejor escenario posible y, así, seguir agrandando la leyenda de un club que ha escrito hoy una de las páginas más brillantes de sus 111 años de historia.

Hoy va a ser un gran día. Estoy convencido. Superado el varapalo de no ganar la Liga en el Calderón el pasado domingo, hoy hay una segunda oportunidad. La última, complicadísima pero gloriosa. El Atlético de Madrid tiene la posibilidad de ganar el campeonato en la casa del equipo que ha dominado el fútbol español, europeo y mundial en la última década. Lejos de que esto pueda incitar al miedo, debe suponer un acicate más para los jugadores y el cuerpo técnico.

Se preveía, desde hace semanas, que el partido contra el Levante era el más complicado de todos los que le quedaban al Atlético de Madrid, descontando el último contra el FC Barcelona, cuya importancia dependía de lo que ocurriera en las jornadas anteriores. Por varias razones: porque el Atleti vendría de jugar el partido de vuelta de Liga de Campeones, porque el Levante es un equipo muy complicado para todos los equipos grandes y porque el Atleti podía ver la Liga muy cerca con la tensión y los nervios que eso podría generar en los jugadores.

En esas horas largas previas a todo lo importante los adjetivos sobrevuelan tu cabeza intentado posarse atropelladamente; luchando por describir lo que viviremos mañana. Son momentos de liturgia. De preparación y recogimiento. Instantes en los que se afilan las armas con el espíritu sereno y calmado por el bálsamo que siempre otorga la cercanía de lo inevitable. Cuando el hoy y el mañana casi se tocan no hay marcha atrás. Estás aquí, pero pronto estarás luchando, que es lo mismo que decir que ya estás luchando.

Esta semana leí un estudio muy interesante en The Guardian sobre las finanzas de los 16 clubes que han llegado esta temporada a los octavos de final de la Liga de Campeones. El análisis se remonta desde el presente año hasta 2009. En él se destaca la «astuta política de fichajes» del Atlético de Madrid comparada con los demás equipos.
Un artículo que hay que matizar para que el lector pueda situarse en el contexto adecuado para valorarlo más ajustadamente.