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El partido agonizaba con el empate en el horizonte. Ni la Real Sociedad, que había sido mejor durante la mayor parte del encuentro, ni el Atleti que anduvo despistadísimo habían encontrado la portería rival. Cierto es que teniendo a Falcao vistiendo la camiseta de tu equipo, uno está muchísimo más tranquilo que de lo que sería razonable. Pero el colombiano había estado demasiado solo. Adrián y Raúl no habían sido los acompañantes que el Cholo había diseñado en la caseta.

El 21 de enero de 2012, hace exactamente 9 meses, el Atlético de Madrid visitaba Anoeta en una crisis deportiva y de identidad. Eliminados de la Copa del Rey por un 2ªB, ocupando la zona media de la clasificación, sin victorias fuera de casa (al igual que los equipos que ocupaban las dos últimas posiciones), lejos de los objetivos marcados a principio de temporada… El club había roto recientemente con su pareja, Gregorio, tras una corta temporada de discusiones, desengaños y acusaciones cruzadas. Entonces apareció Diego Pablo y el Atleti decidió darle una oportunidad. Allí, bajo el cielo donostiarra, se produjo la concepción.

Igual que se dice en la tragedia cumbre de Shakespeare, algo huele a podrido en la ribera del Manzanares cada vez que surgen informaciones sobre cesiones o fichajes, presentes o pasados y el nombre de Jorge Mendes aparece en escena. Siempre existen versiones cruzadas y contradictorios, omisión de información y un falta total de transparencia.
En inglés decimos «like rain on your wedding day» para referirnos a esa felicidad que nunca parece ser completa.